Los valores corporativos
“Valores” es una palabra muy poderosa. Define algo que va mucho más allá de lo operativo, de lo táctico. Incluso más allá de lo estratégico. Define mi esencia como ser. Define aquellas cosas en las que creo.
La definición de unos valores corporativos parece fundamental para cualquier institución. Es la afirmación de una identidad, de una manera de ser y hacer. Conforman en gran medida la cultura de la organización.
Sin embargo, en ocasiones los valores representan un problema, y es cuando presentamos una especie de dicotomía platónica: el mundo de las ideas y el mundo de las cosas. El mundo de los valores y el mundo real.
Una de nuestras aproximaciones al mundo de los valores y su desarrollo tuvo lugar hace ya tiempo, en el seno de una compañía del sector financiero. Ésta organizaba unos cursos de “acogida” para nuevos empleados, en régimen de internado, durante una semana. En estos cursos se tocaban muchos temas, y uno de los centrales eran los valores de la compañía.
Esos valores estaban colgados como posters en todas las oficinas. En el centro de formación de la misma, estaban esculpidos en piedra (no es broma). Y todo el mundo los conocía al dedillo.
Lo bueno de trabajar con gente joven y con poca experiencia es que muchas veces se muestran con una apertura refrescante. Cuando tratábamos de transmitirles los valores de la compañía en aquellos cursos de acogida (desde perspectivas teóricas, lúdicas, metafóricas y filosóficas), inmediatamente notabas una tensión en ellos. Eran personal de nuevo ingreso, algunos ya llevaban en su puesto semanas o incluso un par de meses.
¿Y cuál era la fuente de esa incomodidad o tensión? Manteniendo conversaciones con los participantes de forma individual y en entornos más relajados (aunque algunos eran capaces de manifestarlo directamente en el aula) nos encontrábamos con la respuesta. ¿La adivina? ¡Bingo! Resulta que lo que hacían día a día en sus puestos no tenía nada que ver con los constructos filosófico-místicos que se les transmitían. Incluso pensaban que, si se comportaban como les estábamos diciendo que lo hicieran, su jefe directo les despediría. Lo que les aportábamos era confusión. Llegaban a la conclusión de que debían hacer como si se creyeran los valores, pero luego actuar de forma pragmática.
¿Dónde queremos llegar con esto? Nosotros no somos una consultora especializada en el desarrollo de valores y cultura corporativa. Tampoco queremos valorar la “disonancia cognitiva” que hay entre lo que algunas personas o empresas predican y lo que en realidad hacen. Nuestro enfoque va por otro lado, y es que nuestra experiencia nos ha llevado a un punto muy claro: lo que no es conducta, no existe.
Da igual que lo llame competencias, valores o cualquier otro nombre. De hecho, esto es lo menos importante, porque no es más que una forma de organizar y agrupar la información de una forma más cómoda. Si cualquier concepto no se traduce en hacer las cosas de una determinada manera…¿de qué sirve entonces?
Se pueden tener las mejores intenciones, no obstante si sus competencias no son traducibles a conductas, no son competencias. Y si sus valores no son traducibles a conductas, no representan nada, más allá de una declaración de intenciones.Entendiendo los conceptos en términos de conducta visibles es cómo podemos darles algún valor. Y, visto desde aquí, quizá no haya una diferencia tan importante entre competencias, valores u otros conceptos. Pero ésta es otra historia.